Sinopsis:
Atraída por un sugestivo anuncio, Prudencia
Prim llega a San Ireneo de Arnois, un pequeño lugar lleno de encanto cuyos
habitantes han decidido declarar la guerra a las influencias del mundo moderno.
La señorita Prim ha sido contratada para organizar la biblioteca del Hombre del
Sillón, un hombre inteligente, profundo y cultivado, pero sin pizca de
delicadeza. Pese a las frecuentes batallas dialécticas con su jefe, poco a poco
la bibliotecaria irá descubriendo el peculiar estilo de vida del lugar y los
secretos de sus nada convencionales habitantes.
Narrado
con ingenio, brillantez e inteligencia, El despertar de la señorita Prim nos
sumerge en un inolvidable viaje en busca del paraíso perdido, de la fuerza de
la razón y la belleza y de la profundidad que se esconde tras las pequeñas cosas.
Reseña:
Al iniciar el comentario crítico
de esta novela, con el firme propósito de analizarla, buscar sus posibles
influencias y tratar de determinar qué quiso decir la autora con ella (si es
que quiso decir algo), casi puedo sentir la mirada reprobatoria de cuatro
chiquillos a quienes se les ha indicado que “hacer eso con los libros es estropearlos”(
pág. 108).
Si bien
es cierto que quedarnos en el mero análisis formal de cualquier obra literaria
difícilmente haría justicia al trabajo invertido en su realización, también lo
es que este es necesario para su correcta comprensión. Digámoslo claro; aun
cuando nuestros conocimientos de literatura sean rudimentarios, cualquier
novela que leemos nos dice algo, pues
rápidamente la relacionamos con algo que hemos leído, vivido o simplemente con
nuestras ideas acerca de multitud de cuestiones. Son esas comparaciones
inconscientes que hacemos las que en el fondo determinan que una obra nos guste
o no.
A ese
análisis inconsciente no es ajena esta novela, pues apenas una página después
de su contundente afirmación, los niños nos hablan acerca del método de enseñanza de su tío y tutor (por
descontado son niños que “nunca han ido a la escuela” pág. 36, aunque a ese
aspecto haremos referencia un poco más adelante): “En clase aprendemos partes
de memoria y las decimos en voz alta. Y luego leemos los libros, los discutimos
y después los volvemos a leer” (pág. 109)
¿Qué
encontramos en esa frase? En primer
lugar una férrea defensa al método memorístico. Cierto, cierto, nada que
objetar a potenciar la memoria, tan imprescindible en muchos aspectos de la
vida, pero, ¿aprender fragmentos de memoria y recitarlos cual papagayos? (quizá
sea necesaria una pequeña aclaración: los libros con los que estos niños,
menores de doce años, trabajan son clásicos grecolatinos, es decir Virgilio…,
de todo punto imposible que a esas edades se comprenda totalmente lo que se
lee) En segundo lugar, y aquí nos detendremos un poco más, los niños y su tutor
“discuten” sobre los libros. Perdón, pero, ¿no es eso similar a analizarlos? Al
discutir sobre una obra, si la discusión está bien llevada, se acaba llegando a
la causa que propicio su escritura, a las influencias que pudo tener su autor o
al mensaje que la obra nos transmite.
En fin,
en apenas una página encontramos una importante incoherencia en esta novela
que, por otro lado, ha recibido muy buenas críticas.
Verdad
es que, si nos atenemos a los aspectos formales: un narrador omnisciente
focalizado en la protagonista (la señorita Prim), un buen manejo no solo del
lenguaje sino también del tiempo narrativo, una sabia combinación de saberes económicos,
literarios y, en general, culturales, la obra está a la altura de las
excelentes críticas recibidas.
Nos
falla, sin embargo, el contenido, el fondo de la novela. Al leerla no podemos
menos que pensar en aquellas novelas de tesis tan de moda en el Realismo (siglo
XIX), novelas en las que se trataba de demostrar una idea y a ese fin se
subordinaban tanto el argumento como los personajes y el ambiente de la obra.
No hay
que ser muy hábil para determinar cuáles son las ideas que aquí se nos quieren demostrar.
En
primer lugar, hay una crítica feroz, casi diría hiriente, contra el sistema
educativo reglado (o formal, o publico o…, bueno, llámenlo como más les
apetezca). Nada más iniciar la lectura leemos: “la escuela era vista como un
elemento subsidiario —indeseable, pero necesario” (pág. 14) y más adelante: “lo que deseaba
contratar San Ireneo para sus hijos era precisamente eso: una maestra sin
pretensiones intelectuales” (pág. 128) Todo lo anterior aderezado con la
comparativa entre la señorita Prim(típico producto
de ese tipo de educación tan denostado en la novela), que “se consideraba a sí
misma una mujer intensamente titulada”
(pág. 21), con los niños (“nosotros nunca hemos ido a la escuela”, pág.
36) en la cual la protagonista tiene todas las de perder.
En
segundo lugar, no podemos dejar de mencionar la relación entre hombres y
mujeres, ya que aquí la autora se desliza peligrosamente en los límites del
machismo con afirmaciones como “el fin para el que había sido creada la
señorita Prim, la razón última de su existencia, no era otra que el matrimonio”
(pág. 59) La verdad, después de leer esto, sobra cualquier tipo de comentario.
Por
último, pero quizá la idea más palpable de toda la novela, es la que hace
referencia a la religión. Está claro que el llamado “Hombre del Sillón” ha de
ser visto como alguien que ha llegado a la comprensión de la Verdad y que
intenta transmitírsela a la señorita Prim (tampoco sería descabellado un
análisis en el que se identificará al Hombre del Sillón como una especie de
Mesias llamado a redimir a la humanidad representada en la figura de la
protagonista)
En
conclusión, no nos encontramos ante una novela inocente. Quien comulgue con las ideas de la autora apoyará su
tesis (la vida moderna es mala porque nos ha hecho olvidarnos de los pequeños
detalles) y lo encontrará un libro agradable de leer. Para el resto se nos
antojará un pastiche ideológico, muy bien escrito, vale, pero pastiche.
Reseña hecha por Rut