Para Kyle, ser circense es un problema. Para
Lavelle, una maldición. Para Gunnir, un sueño.Estos tres amigos siempre han
soñado con una vida más allá del siniestro orfanato en el que han crecido.
Hasta que un día Kyle descubre que en realidad es circense, y esa misma noche
unos hombres lo raptan y lo meten en un carro. Lavelle, una joven payasa que
odia hacer reír, y Gunnir, un chico corriente que sueña con ser mago, no
dudarán en ir tras él.
Sin saberlo, están a punto de embarcarse en
la aventura más grande de sus vidas y del reino de Fortuna, donde hablar con
animales, controlar el fuego, bailar sobre la tela de una araña, conocer el
futuro o volar sobre los tejados es posible.
En Fortuna,
reino imaginario de estética victoriana, los circenses, lejos de ser valorados,
son perseguidos si incumplen la ley, “clara respecto a la actuación de los
circenses en las ciudades sin un permiso especial” (pág.14). Asimismo, se les
obliga a seguir la conocida como Senda circense, “único lugar por el que las
compañías tenían permitido recorrer el país” (pág. 203). En resumen, en Fortuna
se margina a los circenses.
En esas
circunstancias, es lógico pensar que nadie desearía ser circense. Sin embargo,
eso es algo que no se puede elegir; una marca de nacimiento, a veces
imperceptible, a veces delatora, los señala como tales y les condiciona de por
vida. Así le ocurre, por ejemplo, a Lavelle una joven cuya marca en el rostro
es “una advertencia de que jamás dejaría de ser payasa” (pág. 40).
Lavelle
odia ser quien es, se lamenta de su destino. Otros, en cambio, desean
convertirse en circenses, aun cuando carecen de marca. Aquí encontramos a
Gunnir, un simple humano cuyo máximo anhelo es ser mago, “daría cualquier cosa
por serlo” (pág. 30), y crear su propia compañía circense. El joven no duda, en
su entusiasmo, en arrastrar a sus amigos para que le ayuden en sus actuaciones
ilegales con las que conseguir dinero y hacer realidad su sueño.
Todo
les va más o menos bien hasta que un día su amigo Kyle descubre sorprendido que
es circense, “él no podía ser circense (…) Quienes lo eran, lo sabían desde que
nacían” (pág.25). Esta circunstancia cambiará la vida de estos tres jóvenes y
les sumergirá en una aventura que les
permitirá conocer los entresijos del mundo del circo y enfrentarse a su cara
menos amable.
Basta
sustituir circense por artista para comprender que esta novela, destinada en
principio a un público infantil-juvenil es, en realidad, un alegato a favor del
arte, circunstancia que hace que se amplíe el segmento de sus posibles lectores
a todos cuantos, independientemente de su edad, aprecien el arte, sean
conscientes del esfuerzo que hay detrás de cada obra artística y no se queden
únicamente con “el truco final” (pág. 141).
En los
tres jóvenes protagonistas vemos representados: en primer lugar, al artista que
siente que no encaja en el mundo que le rodea, como es el caso de Lavelle, con
una visión de sí misma negativa, “¡Soy un monstruo! No, peor aún: soy una
circense” (pág. 29) y del que todos se burlan “¿Quieres matarnos de un susto
bicho raro?” (pág.41). En segundo lugar, Gunnir nos enseña que el camino para
alcanzar el triunfo no es fácil, exige no solo trabajo sino también, a veces,
dolorosos sacrificios. Por último, en Kyle encontramos la idea de genio; el
artista no es consciente de su talento y son los demás quienes primero se dan
cuenta de él, “Te guste o no, eres un
circense” (pág. 30).
La
novela crítica el materialismo de una sociedad que no comprende e, incluso,
desprecia el arte, una sociedad que “solo ve el truco final, el resultado, no
el esfuerzo que conlleva” (pág. 141) por lo que no siente ningún complejo ante
el disfrute gratuito de la obra de arte. Una sociedad que no tiene en cuenta los
sentimientos de los artistas y cree que los mismos han de estar a su entera
disposición, “Traedme a la payasa…Que nos entretenga…” (pág. 103)
Siguiendo
con esta comparación circense/artista se puede decir que la marca de los
circenses simboliza lo que se ha venido llamando talento natural, lo cual en un
principio quizá nos induzca a creer que en la famosa pregunta ¿el artista nace
o se hace?, el autor se decante por lo
primero. No es así en modo alguno. Después de leído el libro, uno se da cuenta
de que, con independencia de que se nazca con alguna facultad especial para las
artes o no, sin esfuerzo no se consigue nada. Que el talento natural sin
trabajo no conduce a nada. Una buena lección para los jóvenes lectores.
La
novela también crítica la corrupción, en especial la de aquellos que en público
ponen trabas al mundo del arte y luego, en privado, se aprovechan y lucran de
él. Un ejemplo es el hermano de la señora Windger, contrario a levantar el
edicto contra los circenses pero dispuesto a ganar un dinero extra con “otras
actividades menos…reconocidas” (pág. 35).
Es
obligado, en este punto, mencionar a las compañías circenses. En la novela se
nos habla de dos: la compañía Kramontano, dirigida por Krao Farelli, para el
que los circenses no son más que un medio para ganar dinero, esto es, una
visión materialista del arte. El arte como producto de consumo. Y la compañía
Belforea, cuya directora es Marlette, una agradable mujer para quien lo primero
son los circenses. Una compañía en la que no se obliga a nadie a estar en ella.
No se
obliga a nadie porque, en Fortuna, la permanencia a las distintas compañías se pacta
por medio de tatuajes. Estos son una especie de contrato que, en ocasiones,
roba la voluntad de los circenses y les ata a la compañía. No es difícil ver
aquí un velado reproche a esas empresas que, fingiendo apoyar a los artistas,
pretenden, en el fondo, aprovecharse de su trabajo. Del mismo modo que el sueño
de Gunnir de tener su propia compañía nos ejemplifica la independencia del
arte.
El secreto del trapecista es, por tanto, una novela con
más de una lectura. Los más jóvenes vibrarán con una trama ágil e imaginativa, un
lenguaje rico en matices por el que uno se desliza sin dificultad y hace que la
lectura sea agradable e, incluso,
adictiva, pues atrapa desde las primeras líneas, y unos personajes bien caracterizados,
fácilmente identificables por su forma de ser, de pensar y de actuar. A los mayores, la lectura les servirá para
reflexionar.
No
sería justo, por último, terminar esta reseña sin hacer siquiera una pequeña
referencia a las ilustraciones que acompañan a la historia. Son dibujos de
trazo sencillo pero llenos de vida, que consiguen plasmar las emociones de
algunos personajes, la maldad de otros y, en todo caso, el mundo de Fortuna,
país al que hemos llegado de la mano de Javier Ruescas y en el que
permaneceremos un tiempo.