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8 feb 2012

PROLOGO "UNDER BREATH"

Ignorando los ruidos del exterior, mantuvo la atención en su objetivo, no era algo tan simple como muchos creían, y aunque la habitación estaba parcialmente iluminada, el rincón donde Miguel trabajaba era especialmente claro, nada mejor para conseguir el ángulo perfecto a la hora de afilar.

Deslizó la espinela y el corindón por la hoja de su espada. Generalmente, usaba movimientos fuertes y lacónicos sobre ésta, pero en esta ocasión la fuerza fue reemplazada por el ímpetu y la brevedad por lo letal, provocando que el pulido adquiriese rápidamente un brillo peligroso.


A simple vista, las piedras podrían parecer insignificantes y pequeñas, pero a la hora de afinar eran duras y brutales, una metáfora para mantener presente, y Miguel jamás olvidaba una buena enseñanza.
Sus labios se curvaron satisfechos, mientras observaba su obra reciente, el acero de la hoja se advertía perfectamente cerrado y su borde parecía tan fino como para partir un pelo en dos, sin lugar a dudas era un trabajo perfecto y Miguel no esperaba menos de sí.

Escuchó su nombre, incluso antes que lo llamasen desde el otro lado de la cerradura; en aquel lugar no existían secretos ni conflictos, mucho menos había sitio ahí para la mentira, lo que convertía la privacidad en uno de los tantos regalos inmerecidos que el Todopoderoso tenía para con su creación.
La puerta se abrió y en ella un par de ojos claros, idénticos a los suyos, le saludó. Su igual le observó desesperado, puños cerrados y mandíbula tensa, por supuesto, no necesitaban decir más. La mayoría de las verdades no necesitaban ser dichas, estaban ahí, flotando en el aire, esperando a que la persona indicada decidiese arrastrarla hasta la luz. Miguel era esa persona.

Últimamente, cada vez que llamaban a su puerta se trataba de lo mismo, lo que no debería sorprenderles cuando se vivía una eternidad, pero lo hacía, siempre dolía perder a uno de los suyos, era como perder una parte de su cuerpo. Miguel hubiese dado sus alas, para evitar que uno de sus hermanos escogiera aquel destino cruel y sin embargo, era incapaz de impedirlo. No podía, no cuando cada ángel concluía que quería tener otra elección.

¿Libre albedrío?

En serio, más que un regalo parecía un castigo y ciertamente él no lo quería para sí.
Tomó la empuñadura de su espada, mientras dejaba escapar un suspiro y se ponía en marcha para unirse a su hermano, salvo que mientras más cerca se encontraba de su destino, más parecía pesar el arma en su mano. Si tan sólo pudiera hacerles entender…

Cuando llegó a las puertas del cielo, un círculo de arcángeles le esperaba en el centro. No había gritos, ni lamentos, nada excepto un profundo e inexorable dolor.

Fue desgarrador reparar en el letal silencio que gobernaba el salón, incluso sus pisadas descalzas parecían provocar un eco en medio de los cielos.

Nunca había titubeado a la hora de actuar, se movía por convicción no por sentimientos. Al igual que el resto de los ángeles, sin importar la jerarquía, era una criatura de propósito no de circunstancias; no le afectaba lo mal que se vieran las cosas en la actualidad.

Vivía, después de todo, en la eternidad, el lugar donde los años no tienen principio ni fin, el tiempo que trascurría para que un obrar tuviese sentido era intrascendente. Sin embargo, ahora, cuando todas las miradas se cernían sobre su persona, cuando debería estar pensando en la guerra que se avecinaba, él no dejaba de buscar aquel rostro.

Desnudó el perímetro con la esperanza de encontrarle en aquel raudal de rostros tristes, bajo el abrazo de un hermano o esperando con angustia el nombre del nuevo desertor. La pensó dudando e incluso llorando. No, un ángel no debería llorar, un ángel tampoco debería estar buscando el gris entre lo bueno y lo malo, como estaba haciendo él ahora.

No existían puntos ciegos… Y no existía el gris en el cielo, fin del asunto.
Dejó que la paciencia fluyera a través de su cuerpo, el elemento espiritual tomando control sobre la materia. Continuó buscándola, esmerándose en ser cuidadoso, haciendo un desesperado intento por no suspirar, pero no importaba el tamaño de su esfuerzo por encontrarla.

No lo halló.

Desvió la vista a sus espaldas, donde miles de ángeles esperaban nerviosos a que terminase el cometido, tan abominable como inevitable, se trataba de su deber. Desde luego, no era un deber fácil y estaba lejos de ser placentero, pero una posición mayor exigía un compromiso mayor.

Miguel siempre había estado a la altura, pero el hecho de no vacilar no significaba que el dolor no existiera, después de todo con cada ángel que caía, mayor se hacían las fuerzas de su oponente.
Cinco pares de alas se abrieron a la vez, y pronto se le sumaron varios cientos, originando un sonido similar al de las lágrimas de Dios.

El cielo estaba de luto.

Miguel era un arcángel, nadie dudaba de él y no comenzaría a hacerlo él mismo. Avanzó hasta ellos, esperando no encontrarse con el rostro todavía faltante en la multitud mientras cruzaba el mar de cuerpos.

Todos lucían firmes, todos con apariencia tranquila, pero eso no escondía el dolor de sus ojos. Los ángeles no mentían.

Miguel asintió sin inmutarse, una respuesta clara a la muda espera de sus pares, quienes, con la súplica patente en sus acciones, no tardaron en llevar a cabo su misión.

Observó decepcionado como las vestiduras de Cali eran rasgadas por el resto de los ángeles, no importaba si lo creía o no, muchos menos si lo sentía. Ella había tomado su decisión, ahora era turno de él ejecutarla.

Avanzó en su dirección, con pasos lentos y seguros, era bastante consciente del exceso de calma en su andar, pero también de que nadie a excepción de Cali notaría lo perturbado que estaba, lo que era todavía peor. Y así, con un último y lento paso, eliminó la dolorosa distancia que existía entre ambos.
“Complejo” no estaba ni cerca de definir la situación. Él tenía experiencia en cosas difíciles, lo suyo era lo imposible. Así mismo, estaba bastante convencido de que eso no cambiaba en nada las cosas. Y, por absurdo que pareciera, le estaba costando respirar.

Había matado cientos de veces, pero nunca sintió las manos tan pesadas como en esos segundos, ni siquiera cuando la sangre de sus enemigos se pegó a su mano por la batalla. Era una desgracia que eso sucediera cada vez más a menudo, cortesía del más famoso de sus hermanos. Ni siquiera valía la pena mencionar su nombre, ¿Para qué?. Las cosas no se volverían menos feas, no si los suyos continuaban cambiándose de bando. ¿Cómo podía Cali querer seguir ese destino? Definitivamente le llevaría eones olvidar esta instancia, pero eso no lo detendría para ejercer su labor.

Frente a ella, el tiempo parecía cortar su piel como diminutos diamantes pulidos, desgastando los corpúsculos hasta volverlos tan lisos como tiza. Naturalmente, esa no era la reacción que se esperaba del ángel de más alto mando, pero a diferencia del resto, Miguel comprendía muy bien las normas del cielo y nunca se sintió impedido de hacer lo que deseaba, porque lo que más deseaba era servir a Dios.
Hubo un momento, antes de que el tiempo fuera tiempo, donde la curiosidad, como en tantos otros de sus hermanos, causó confusión dentro de él. Por otra parte, no había sido más que eso, injustificada y vacía confusión, no había comparación a su devoción por El Creador, cuya misericordia se renovaba cada mañana. Miguel tenía claro su propósito en la vida: servir al Todopoderoso, pero le bastó mirar la expresión vacía de la insurrecta para perder al instante el hilo de sus pensamientos.

Escondió sus alas, pasando por alto lo que en cualquier otro momento pudo haber sido una actitud intimidatoria, no esta vez, no con ella.

La pregunta que haría a continuación era parte de su rutina, por supuesto no siempre fue así, existió una época dentro de la eternidad, antes que los caídos fueran expulsados del cielo, en que todo parecía marchar perfecto. El Creador y sus ángeles coexistiendo en perfecta armonía, devoción y dicha en común acuerdo, hasta que el orgullo encontró asilo en un igual. Parecía irónico que uno de sus pares fuera el responsable de tanta masacre y sin embargo, continuaba sin poder evitarlo, nada quedaba por hacer, excepto cumplir con su deber.

—¿Estás segura? —, no merecía la pena interrogar, nunca lo había valido.
Dios, que no era más que amor, bondad e interminable misericordia, tenía una insistencia paradójica en perdonar, Miguel por otra parte, bueno él simplemente se encontraba bastante familiarizado en hacer cumplir la ley, excepto que ahora cumplirla parecía algo parecido a difícil.
Cali no respondió, pero su silencio dijo más que mil palabras… Lo dijo todo.
Cuando su larga trenza dorada probó el filo de la espada, los ojos de ella se estrecharon con impaciencia, no culpa, no dolor, sólo el amargo sabor de la prevaricación.
Cornalina y crisólito saltaron de su pelo, mientras la enorme serpiente de oro que formaba su cabello daba la impresión de serpentear por el granito del salón.
—Podrías mostrar arrepentimiento —le aconsejó sin acusar, recomendación que al igual que otras tantas ocasiones, era en vano. Si había llegado hasta ahí, sólo significaba una cosa, Cali estaba empecinada en abandonar el cielo.
—Sólo hazlo —le apuró dándole la razón a sus cavilaciones, cabeza gacha y dedos tensos bailando en sus costados, era la única forma en que Miguel podía definir aquel temblor: un baile… El último baile secreto entre ambos.

Una ráfaga de brisa sacudió sus cabellos ahora cortos y continuó meciéndolos a medida que continuaban abriéndose el resto de las alas en cada uno de los ángeles presentes de aquel juicio. No importaba el grado, Arcángel, Serafín. ¿Querubín o incluso Mensajero?, daba igual. Todos eran ángeles a los ojos de Dios, todos eran parte de un todo… Excepto Cali, que continuaba seducida por la idea de libertad que le vendía Lucifer.
—¿Tan ansiosa están por acabar con tu vida?
Los ojos de ella se alzaron, viéndole a la cara por primera vez, lucían distintos, más oscuros, pero también más vacíos. Incluso en esos momentos, cuando estaba poniendo fin a su existencia celestial, Miguel no dejaba de ser consciente de su apariencia. Por otro lado, esos ojos tan opacos no parecían los de un ángel, no reconocía la naturaleza divina en ellos.

—Mejor no respondas —, sentenció, dejando a un lado sus absurdos pensamientos y aumentando rápidamente la presión de sus dedos entorno a la empuñadura de su espada.

Y no lo hizo.

Fue sólo silencio lo que él recibió antes de que la hoja recién afilada encontrase lugar en el par de alas ensalzadas, esperando, listas para emprender el vuelo, pero también para ser arrancadas.

Otro fragmento de crisólito cayó al suelo diáfano, quedando rápidamente cubierto por las alas recién cortadas. El silencio cubrió el paraíso, mientras Cali sacudía sus hombros con alivio antes de dar media vuelta y perderse en la puerta que ahora sólo tenía como objetivo la salida… Nunca más la entrada.
No la observó salir, ni tuvo una última palabra. Cuando se está en medio de una guerra, lo último que importa son las despedidas, al fin y al cabo, todas son iguales… Tristes y vacías.

Gracias a NuestroTintero

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