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18 ene 2012

Elena Yagües - Eres Especial



Laura llegaba de nuevo tarde.

Corría intentando guarecerse de las débiles gotas de lluvia que habían comenzado a caer, en esa nublada tarde de mediados de Noviembre. Estaba cansada, estaba muy cansada. Pero no disminuyó ni un ápice la velocidad de sus pasos. Los acontecimientos de los últimos meses habían agotado sus ya de por si escasas reservas de energía y cada día le costaba más esfuerzos mantenerse optimista y seguir el ritmo que marcaba su extenuante día a día. ¿Por qué? Sencillo, porque el destino y la vida habían decidido echarse una partida de cartas y ella había resultado ser una de las perdedoras colaterales del juego.

El trabajo, la casa, su niña, su familia… todo se cernía sobre ella hundiendo de manera inmisericorde sus agotados y exhaustos hombros. Pero tenía que sobrellevarlo, tenía que aguantar y sacar a relucir la mejor de sus sonrisas. Cuando traspasó las puertas del hospital el familiar olor a medicamento y desinfectante le perforó las fosas nasales, como cada día. Como cada día también, saludó brevemente a todo el personal con el que fue cruzándose de camino al habitáculo donde había pasado metida cada segundo libre del día, los seis últimos meses de su vida.

- Buenas tardes Ana – se quitó el abrigo y la bufanda antes incluso de haber terminado de entrar – siento el retraso, el tráfico está fatal.

- Hola Laura, tranquila – dijo señalándole los utensilios listos para su uso – aún no he empezado.

- Deja, ya lo hago yo – se acercó hasta la cama mientras se remangaba la camisa. Ya no tenía ojos para otro que no fuera él – Hola cariño…

- No tienes que hacerlo, sabes que es mi trabajo – no había reproche en la voz de la enfermera, simplemente ternura.

- Hemos hablado de esto mil veces, Ana – puso un absorbente bajo su barbilla y preparó con manos hábiles la espuma y la cuchilla – para ti es un trabajo pero para mí es una necesidad, un deseo, quiero hacerlo yo.

Comenzó a pasar con extrema suavidad la brocha cargada de espuma por la incipiente barba que ya se adivinaba en la férrea mandíbula de su pareja. En los seis meses que llevaba postrado en esa cama nunca había faltado a ninguno de sus afeitados. A Daniel no le gustaba la barba, se empeñaba en ir siempre perfectamente afeitado pues decía que le hacía mayor de lo que era. Ahora era ella la que se ocupaba de mantenerlo siempre afeitado y guapo, como a él le gustaba estar.

- ¿Alguna novedad?

- Hoy ha tenido un poco de fiebre y hemos tenido que sustituirle el monitor, pero sigue estable y sin cambios significativos. Los médicos hablarán luego contigo.

- Ahá… - retiró unos rebeldes mechones de su frente antes de continuar, la notó húmeda pero tibia – estaré pendiente por si le vuelve. Gracias Ana.

- ¿Quieres que te avise cuando traigan Sara? – preguntó la enfermera antes de salir.

- No te molestes, ya haces mucho por nosotros – se giró para poder sonreír unos segundos a la mujer – demasiado. Estaré pendiente para bajar a buscarla.

- Te avisaré de todas formas – salió cerrando la puerta con cuidado.

Habían tenido mucha suerte conociendo a Ana, que aparte de ser una buena profesional, también tenía la asombrosa capacidad de no dejar de ser por ello lo que no se debería nunca dejar de ser en ninguna profesión, un ser humano.

- ¿Qué tal ha ido el día, amor? – pasó con delicadeza la cuchilla por su blanca piel - ¿te has portado bien? – sonrió acordándose de la respuesta que él le daba cada vez que le hacía esa pregunta – ya, ya se… te has portado mal porque siempre es mas divertido ¿no es asi?

Aclaro la cuchilla en el recipiente de agua y repitió el proceso.

- Yo he tenido un día horrible – resopló sin ganas haciendo otra suave pasada con la hoja – me las veo y me las deseo para conseguir días libres y el cerdo de mi jefe no me deja seguir acumulando horas extra, dice que trabajo demasiado ¿te lo puedes creer? ¿Dónde se ha visto eso? Un jefe que se queje de que su empleada trabaja demasiado…

Giró levemente y con extremo cuidado su cara para poder seguir con su afeitado, poniendo especial cuidado en no mover demasiado la cantidad de cables y artefactos que les mantenían informados de las constantes vitales de Daniel, antes de volver a hacer una pasada con la cuchilla.

- Hoy es viernes, la canguro trae a Sara hoy ¿recuerdas? – sonrió pensando en lo rápido que la niña se había encariñado con él – adora los viernes porque sabe que viene a verte ¿tienes tú ganas de verla a ella? – el silencio llenó el hueco de la respuesta – si, estoy segura de que también te mueres por verla…

Los cortos seis años y medio que atesoraba Sara parecían en realidad duplicarse en esa niña. Era inteligente y avispada, nada escapaba a su escrutinio. Había perdido a su padre con solo un año de vida, por lo que el dolor de la pérdida fue completamente inexistente para ella. Echaba de menos un padre, bien lo sabía Laura, pero solo fue necesario explicarle una vez por qué ella no tenía uno como el resto de sus amigas y compañeras de clase.

No tanto así para Laura. Su mundo se derrumbó cuando un ataque cardiaco se llevó al padre de su hija, al compañero de su vida y al que hasta antes de conocer a Daniel, creyó el amor de su existencia. Estuvo cuatro años cerrada a cualquier tipo de relación que no fuera con su trabajo o con su hija, sin querer desprenderse del todo de sus recuerdos. Hasta que conoció a Daniel…

<< Él había cambiado todo su mundo, le había hecho abrir los ojos a una nueva realidad con constancia y buen humor, y le había devuelto casi sin ser consciente de ello, las ganas de volver a amar. Al principio evitó crearle falsas esperanzas haciéndole sabedor de la situación en la que se encontraba. Viuda, madre de una niña de cinco años, con el corazón roto y unas nulas ganas de rehacer su vida. Toda una carga que arrastrar para aquel al que se le pasara por la cabeza intentar cualquier tipo de relación con ella. Y ella lo utilizaba a su favor. Normalmente cuando se enteraban que tenía una hija al 90% le cambiaba la cara y disminuía considerablemente la insistencia de conseguir una cita.

Daniel atesoraba él solito el otro diez por ciento. La sonrisa que se le dibujó en la cara nada más saber de la existencia de Sara dejó a Laura boquiabierta. Insistió hasta la saciedad en conocer a la niña, a lo que Laura siempre se negaba, pero que una tarde no pudo evitar. La canguro tenía que marcharse antes y en vez de llevarla a casa y esperar a que llegara ella, acordaron que la dejaría en el trabajo.

Cuando la recepcionista le avisó de que la niña había llegado, le dijo que la vigilara los diez minutos que tardaría en recoger y dejar todo listo. Cuando pasados veinte minutos por fin pudo liberarse, dejar todo en orden y bajar al hall, se quedó de piedra al ver a Daniel sentado en el suelo al lado de su hija. Ambos pintaban con lápices de colores el dibujo que había sobre la mesa ante ellos. Sara le explicaba elocuentemente por qué prefería pintar las nubes de color rosa y los arboles de azul y a Daniel no le quedó más remedio que aceptar el eficaz alegato de la niña, que consistía en un “No tendría nada de especial si fuera como todos los demás”.

Cuando Laura carraspeó y él elevó la sonriente mirada hacia ella fue cuando supo que las palabras de su hija contenían más verdad escondida que la relativa a un simple e infantil dibujo. Él no era como todos los demás, era un hombre especial. Y por eso decidió darle una oportunidad.

Por eso y porque su hija estaba loca por él. Al principio él la llamaba siempre pidiendo hablar con la niña, la hacía reír diciéndole que era con Sara con quien estaba interesado en tener una cita y que el hecho de que Laura les acompañara era porque alguien tenía que sujetarles la mochila y los helados mientras montaban en la noria o en el tiovivo. Cuando salían al parque era Daniel el que perseguía incansable a la escurridiza niña por entre la estructura del columpio y casi siempre terminaba atascado en algún hueco estrecho y pidiendo auxilio a grito limpio, desatando las carcajadas tanto de la niña como de su madre.

Varios meses después, una tarde que estando los tres juntos se les había hecho tarde cayéndoles la noche encima, tuvo que ser Daniel el que cargara con la niña dormida en sus brazos, pesaba demasiado para Laura. Acurrucada entre los brazos del hombre, que la mecía con cariño mientras hablaba en susurros para no despertarla, parecía feliz y tranquila. Y Laura accedió de buena gana a que las acompañara a casa y la metiera dulcemente en su cama.

Y esa fue también la primera noche que pasó con él. La primera noche que se dejó querer después de tantos años. La primera noche que volvió a amar a un hombre. >>

Año y medio después allí estaban. Él postrado en una cama y ella terminando de quitarle con una toalla los restos de espuma de su hermosa cara. Él aislado a la fuerza de su vida y ella cargando con el peso de la propia. Pero algo hacía que todo mereciera la pena, algo que hacía que cada vez que le miraba a la cara fuera una sonrisa lo que asomara a sus labios. Algo que hacía que su corazón siguiera latiendo por duros que fueran los obstáculos que le iban surgiendo en el camino. El amor.

- ¿Se puede? – Ana abrió más la puerta para dejar pasar a Sara – Me han dejado este “paquete” para ti… ¡ya está el terremoto aquí!

- ¡Hola mi vida! – abrazó a su hija calentando su carita con sus propias mejillas.

- Hola mami – devolvió el abrazo y empezó a desenrollarse la bufanda del cuello – hace calor aquí ¿sabes?

- Lo sé cielo, deja que te ayude con esto – liberó a la niña de la kilométrica prenda – gracias Ana – prefirió agradecer a reprender el que no la hubiera avisado.

- Sabes que no hace falta que las des – guiñó un ojo cómplice – en seguida vendrá el doctor a hablar contigo.

- Aquí estaré, gracias de nuevo.

Cuando terminó de sacar a su hija de la tonelada de ropa de abrigo que llevaba colocó una silla al lado de donde estaba la suya y la arrimó a los pies de la cama. Sacó de su mochila el cuaderno de tareas y lo dejó sobre ella mientras Sara sacaba el estuche con los lápices. Una vez que la niña estuvo acomodada fue a colocarse en la cabecera junto a Daniel.

- ¿Qué tal ha ido en la escuela, cariño? – ahuecó un poco las almohadas.

- Ha ido bien – dijo sin darse importancia – Carlitos Sagredo sigue metiéndose conmigo, pero la seño le ha castigado de cara a la pared por tirarme de la coleta.

- ¿En serio te ha tirado de la coleta? – fingió indignarse con el muchacho – ¡pero habrase visto! Ese Carlitos Sagredo es un...

- Tranquila mamá, ya te he dicho que la seño le ha castigado pero bien – dijo en tono grave intentando apaciguar a su madre – verás cómo se le quitan las ganas de volver a tirarme del pelo.

- Muy bien cariño – sonrió satisfecha - eres una niña muy valiente.

- Si ¿verdad? – dijo orgullosa de sí misma – Ah, María Espinosa celebra su cumple la semana que viene pero a mí ha dicho que no va a invitarme.

- ¿Y eso por qué? – si se sorprendió bastante con este tema.

- Dice que como yo no tengo papá no quiere que vaya a su casa y le robe el suyo.

- ¿Pero qué demonios enseñan en esa escuela? – sonó mas dolida de lo que quería aparentar – mañana mismo hablaré con la mamá de María al respecto.

- No hace falta mami. Tampoco quería ir así que… - se encogió de hombros.

- Cariño, sabes que tú sí que tienes un papá…

- Lo sé, mami – la angelical sonrisa no tardó en aparecer – y está en el cielo, cuidando de nosotras y de Daniel.

- Así es… - la pena por su pérdida retumbó en sus recuerdos.

- Además, los papás no se pueden robar ¿A que no?

- No, no se pueden robar – tuvo que pestañear para que las lágrimas no desbordaran sus ojos.

Sara desplazó su mirada del cuaderno a su madre y se quedó un segundo pensativa. Laura sabía que llevaba días queriendo preguntarle algo, pero no quiso presionarla para que lo hiciera. A veces, los niños necesitan un espacio y un tiempo que ella siempre había intentado respetar con su hija. Se limitó a mirarla con cariño y esperó que fuera ella la que decidiera hablar del tema que le rondaba por la cabecita.

- Mami…

- Dime tesoro – para no cohibirla fingió alisar las sabanas de la cama despreocupadamente.

- Si yo ya tengo un papá… - se mordió con preocupación el labio inferior - No podría llamar a Daniel… papá, ¿verdad?

- Cielo… - tomó asiento a su lado y la cogió la mano – tú sabes que Daniel te quiere mucho – la niña asintió – y también sabes que me quiere a mí y yo a él – volvió a asentir pestañeando repetidas veces – y supongo que tú me querrás a mi…

- ¡Más que al helado de chocolate! – sonrió abiertamente.

- ¡Oh, eso es mucho! – sonrieron juntas suspirando al unísono – y supongo que tú también quieres mucho a Daniel…

- Claro, casi tanto como a ti… - su mirada se ensombreció casi imperceptiblemente.

- ¿Y tú quieres hacerlo? ¿Quieres llamarlo así?

- No lo sé… – Sara la miró con un poco de vergüenza – no sé si él…

- Cariño, si quieres hacerlo hazlo. Es decisión tuya – acarició su pelo con ternura – pero has de saber que él no va a quererte menos porque no lo hagas – la estrechó en un cálido abrazo – ni yo tampoco.

Ambas se fundieron en un cariñoso y aliviado abrazo que Laura sabía que su hija necesitaba desde que la cuestión había empezado a rondar por su infantil cabecita. Sara miró por encima del hombro de su madre a Daniel, que permanecía ajeno a la conversación que acababan de tener. Una dulce sonrisa apareció en los labios de la niña. Cuando separaron el abrazo se regalaron una amplia sonrisa, y cada una retornó a sus quehaceres con la más absoluta normalidad. La puerta de la habitación se abrió de pronto.

- Buenas tardes, Laura… – la voz del doctor siempre era amable – y compañía.

- Buenas tardes – dijeron ambas al unisonó. Luego Laura continuó - ¿Alguna novedad?

- Poca, pero quiero ponerte al corriente de los últimos avances que hemos observado.

- ¿Avances? – Laura notó su corazón palpitar con fuerza - ¿Qué tipo de avances?

- Nada relevante aun, pero… - miró a la niña un segundo - ¿podemos hablar fuera?

- Claro, por supuesto – dejó un beso en el pelo de la niña – estaré ahí fuera tesoro, no tardaré.

- Vale mami – cambio el lápiz azul por el rojo – ya casi lo he terminado.

- Muy bien cariño, ahora me lo enseñas – con un gesto de la cabeza señaló a Daniel – vigílale ¿vale? que no salga corriendo.

- Tranquila – dijo dándose importancia – no se escapará.

Cuando la puerta se cerró, el silencio se hizo espeso en la habitación. Solo el pitido entrecortado y constante del monitor llenaba el vacío. Sara intentó volver a concentrarse en su dibujo, pero no pudo. Su mirada quedó clavada en la mano que descansaba inerte a pocos centímetros de sus lápices... y recordó.

<< Recordó como esa misma mano apretaba la suya con fuerza de camino al colegio, hace ahora seis meses. Laura tenía una reunión importante a primera hora y Daniel se ofreció a llevarla a clase, permitiendo que la mujer tuviera un poco más de tiempo para preparar la documentación.

Y esto a Sara, le encantó. Pidió por favor que se lo permitiera, pues aunque adoraba que su madre fuera quien la llevara, no sabía lo que era que un padre hiciera esa labor. Cada día veía a sus compañeras acompañadas de los suyos y secretamente les tenía cierta envidia, pero ese día podría saber lo que se sentía y no volver a envidiarlas nunca más. Porque aunque Daniel no lo fuera suyo, ella lo quería como tal.

Y fue maravilloso. Le encantó coger su mano y dejarse guiar por él entre las pocas calles que separaban la casa del colegio. En la sonrisa que decoraba su cara podía leerse la satisfacción que le causaba caminar a su lado, contestar a sus preguntas y reír con sus bromas. Era maravilloso, era perfecto, era… era… su padre. Miraba la cara de la gente con la que se cruzaban y el orgullo que irradiaba era palpable en ella, pues las sonrisas que recibía de esos completos desconocidos, eran clara muestra de lo feliz que era a ojos del resto del mundo.

Pero esa felicidad duró poco. Se disponían a cruzar la ultima calle que les separaba de su destino, cuando un terrible chirriar de ruedas la hizo mudar la expresión de su cara. Lo único que sintió en su cuerpo fue un brusco tirón en su mano, que hizo que su pequeño e infantil cuerpo, saliera despedido fuera de la carretera. El golpe contra la acera fue demoledor, pero en el mismo segundo que se vio tirada contra las baldosas fue consciente de muchas cosas más. Notó sus rodillas doler. Oyó a la gente gritar. Observó sus manos sangrar.

Pero lo peor de todo fue… encontrarlas vacías. Daniel ya no estaba con ella.
Una señora corrió hasta ella, la ayudó a levantarse mientras le preguntaba insistentemente, con un deje de histerismo en la voz, si se encontraba bien. No pudo responder. Las rodillas le dolían y las manos le abrasaban, pero lo que realmente le dolió fue el corazón.
Allí, tirado encima del sucio, frío y negro asfalto, estaba el inmóvil y destrozado cuerpo de Daniel. >>

Él había salvado su vida. Él había interpuesto su cuerpo entre el coche y ella. Él. Daniel.
Miró hacia la puerta cerrada y mordió su labio pensando en que no sabía si estaría bien hacer lo que quería hacer en ese momento, pero un impulso en su interior le decía que debía hacerlo. Se levantó de la silla y avanzó unos pasos hacia la cabecera de la cama. Levantó su mano y la extendió con precaución hasta que pudo rozar con las yemas de sus dedos la suave y blanca piel de la mano de Daniel.

Esperaba que las máquinas se volvieran locas y avisaran a todo el mundo de que había hecho algo incorrecto y peligroso, pero nada se movió. Eso le dio la confianza que le faltaba para terminar de ejecutar el movimiento y agarrar con fuerza la mano de Daniel con la suya. Elevó la mirada hasta su cara y vio el brillo tenue que perlaba su frente. A pesar de los cables y tubos, su expresión era serena.

No supo cuanto tiempo pasó así, agarrada a él, cuando notó una ligera e ínfima presión en sus dedos.

Imposible, pensó. ¿Se había movido? No, eso no era posible. Pero… ¿podría su mano estar más caliente ahora? Oh, dios. La línea verde de uno de los monitores empezó a subir y bajar con más frecuencia. Los números también habían empezado a variar y de pronto, se asustó al notar otra vez esa leve presión en la mano.

- ¿Pa… papá?

De pronto, el Monitor alteró sus pitidos emitiendo agudos avisos de alarma, a la vez que una luz roja indicaba el cambio que había sido detectado. Sara soltó bruscamente la mano que agarraba, totalmente muerta de pánico. Se separó de la cama a la vez que tres enfermeras entraban en tropel a la habitación seguidas del doctor y de su madre. Corrió a refugiarse en los brazos de Laura mientras enterraba la cara en su pelo y las lágrimas por haberle hecho algo malo a Daniel corrían por sus mejillas y torturaban sus pensamientos.

Laura tuvo que aferrarse con desesperación a su hija y dejarse arrastrar fuera del box mientras más enfermeras llegaban y hacían su trabajo rauda y diestramente sobre el cuerpo de Daniel. No pudo apartar los ojos de la escena que se desarrollaba ante ella hasta que la puerta no se cerró, aislándolas de todo lo que ocurría al otro lado. Se obligó a tranquilizarse a sí misma, pensando en que ese repentino cambio en Daniel era consecuencia de todo lo que le había estado contando el médico unos minutos antes. Aún así el miedo recorrió su cuerpo de arriba abajo de manera espeluznante. Llevó a Sara en sus brazos hasta unos asientos que había a un lado de la puerta. Se tragó el miedo y sus propias lágrimas, mientras limpiaba las de su hija y le infundía tranquilidad con suaves susurros. Mesó sus cabellos hasta que consiguió que dejara de llorar y la acunó viendo como el personal iba y venía de la cabina, sacando y metiendo trastos.

El tiempo se le antojó odioso. No sabía si habían pasado minutos, horas o semanas. Sara se había quedado dormida recostando la cabeza en sus piernas, ocupando dos asientos con su pequeño cuerpo. Por fin vio a las enfermeras ir desalojando calmadamente el box. Aun así, se obligó a permanecer sentada donde estaba, intentando controlar los latidos de su corazón. Un rato después fue el médico el que finalmente salió y se dirigió hasta su lado.

- ¿Qué ha pasado doctor? – la pregunta en labios de su madre despertó en el acto a Sara.

- Le hemos hecho un escáner y diversas pruebas para comprobar su actividad cerebral – Laura tragó en seco esperándose lo peor - Y efectivamente, hemos descubierto que ésta está teniendo lugar – las lágrimas no enturbiaron la esperanza que asomó en sus ojos – No es significativo, Laura. Sabíamos que tarde o temprano pasaría pero aun es demasiado leve como para que echemos las campanas al vuelo - El médico no quiso que la ilusión se desbordase pero aun así no pudo evitar esperanzar a la mujer – pero es un avance, una muy buena señal. Se recuperará.

- Él está… ¿está bien ahora?

- Si, ya está estabilizado – sonrió para tranquilizar a la pequeña – vamos a reducir la dosis de sedantes y ver como evoluciona. En unos minutos podréis pasar a verle, ¿de acuerdo?

- Gracias doctor – él apretó su mano por toda respuesta reconfortando sin palabras a la llorosa mujer.

Casi una hora después por fin les permitieron entrar a verlo. Laura corrió a su lado y agarró su mano dejando amorosos besos en los dedos del hombre que la sostenía sin saberlo. Sara se quedó estática a los pies de la cama, mirando el gesto desde la distancia mientras sus ojillos se volvían a inundar de lágrimas.

- Ha sido culpa mía – se limpio la humedad de las mejillas mientras su madre la miraba de hito en hito.

- ¿Qué… por qué dices eso, cariño? – la sonrió con condescendencia – tú no tienes culpa de nada, ya has oído al doctor. Esperaban que pasara en cualquier momento…

- No. Ha sido por mi culpa… - frunció el ceño no dejándose convencer – yo le cogí de la mano y le… y le… dije…

- Vamos cielo, sabes que nada de lo que le dijeras le haría daño – se acercó hasta ella y la encerró entre sus brazos – y el médico ha dicho que se está recuperando… lo que ha ocurrido no ha sido nada malo.

- Pero si yo no le hubiera dicho lo que le dije justo antes de… a lo mejor… a lo mejor…

- ¿Qué le dijiste, tesoro? – la niña miró a su madre y después clavó los ojos en la cara de Daniel.

- Le llamé… - el susurro apenas llegó a oídos de su madre - papá.

- ¿Que le llamaste qué? – creyó haber oído mal.

- Le he llamado papá – dijo alta y claramente.

A Laura se le abrieron los ojos con desmesura. Ambas sonrieron.

Y el monitor se alteró de nuevo.



FIN.






4 COMENTARIOS :

  1. los pelos como escarpias, da igual las veces que lo lea, que bonito es... me emociona entera... :')

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    1. como lo sabes niña ,es que esta mujer da igual el genero que toque que lo hace magico ,es uniquita ,besitosss

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  2. La primera vez que leí este escrito de Elena casi muero de tanta lagrima. Me dejó impactada la historia y la ternura con la que estaba escrita. A día de hoy, y releyéndola de nuevo, se me vuelve a erizar los pelos de la espalda.

    Elena tiene un don para hacernos vibrar con cada una de sus historias. Ojalá tenga suerte y algún día se publique alguna de sus obras!!!!

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  3. Pelotas.... jejejjee
    Ya sabéis que el mérito es en gran parte de Sethaum, que fue la que me cedió su idea.

    Ainnnsss a ver si saco tiempo y vuelvo a coger el vicio de escribir, que la sequia esta dirando demasiado ;D

    Besotes Pécoras...!!

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